Sin Ceros

¿Cómo pudimos perder, si éramos tan sinceros? Charlie Brown, 1963. Diario virtual ciertamente no diario y virtualmente incierto de Issa López, guionista y directora de Efectos Secundarios, Casi Divas y otras curiosidades, quien usa este espacio para no hacer el trabajo que debería de estar haciendo.

lunes, marzo 29, 2010

Pito, pito, pito




A los siete lo entendimos bien, y luego lo fuimos desentendiendo. Pero teníamos razón: la perfecta venganza es morirse.

Amenazábamos, entre lágrimas y moqueos: ¡Pero vas a ver! ¡Me voy a morir y me vas a extrañar y vas a arrepentirte de tooooodo lo que me hicisteeee!... a quien fuera el futuro deudor en turno; padres obligándonos a hacer la tarea, mejores amigos que nos cambiaban por otros amigos más mejores, hermanas que no nos dejaban jugar con sus barbis.

Lo curioso es que con el crecer primero, y el envejecer después, lo vamos re-aprendiendo. Se nos va muriendo la gente, y vez tras vez, funeral tras funeral, nos sorprendemos de lo perfectamente pendejos que fuimos al no darnos cuenta de la tan única, sabia, indispensable naturaleza del muerto. De no haber pasado más tiempo con él, ella, hasta ello si era un perro. De que el mundo jamás volverá a ser igual en el inmemoriam al que nos obliga su partida.

Cuánto no daríamos por que fuera mentira. Porque no hubiera sido cancer, colesterol, diabetes el asesino. Porque el muerto hubiera sufrido una muerte más misteriosa… desaparecido en altamar, evaporádose en una explosion… que todo fuera el proverbial error, y que ahora regresara. Y después de los festejos, tantísimas preguntas que haríamos. Tantísima más atención con la que escucharíamos las respuestas. Tantísimo respeto demandaría su regreso de la tumba, glorioso, revalorado en toda la esplendencia de su ausencia.

Cristo, un treintañero reputadamente nada idiota, lo sabía muy bien, y lo ejerció como el mejor: muerte de rockstar, regreso de ultratumba, desaparición elegante. El resultado: un club de fans con millones de miembros y dos mil años de fidelidad.

Así que deberíamos de planearlo. El falso cadáver. No debe ser tan complicado, en esta patria de compra-venta de honor y madre, conseguirse una osamenta. Y en esta era de los implantes y las carillas, debe de ser bien sencillo obtener réplicas perfectas de nuestras dentaduras. O poner en escena el accidente en altamar, donde el cuerpo nunca fuera recuperado. Quizás incluso agenciarse una pócima a’la Julieta Capuleto que aparentara la muerte… y que luego nos permitiera volver de la tumba… nomás cuidando, eso sí, de no acabar despertándonos en el agujero, a’la Joaquín Pardavé, o peor, en el horno incinerador, a’la Pavo navideño.

Y después del funeral, dar los –ya demostrados- tres días, y luego volver, como si nada, en el más puro estilo no estaba muerto, andaba de parranda. Y entonces sí. Novios desconsiderados se desvivirían por atender el más leve pestañeo, amigos que ni pelaban se pelearían por llevarte al cine, la familia dejaría de joder para escuchar tus sabiesísimas palabras… hasta el pinche Perro haría caso a tus siéntates y estates. ¿Qué onda? Pa que sepan lo que es bueno, chingá.

Lema que pondero pedir de epitafio, sólo competido por el que intitula este soliloquio bloguero: como pudimos perder… si éramos tan sinceros.

O, o... para inmortalizar una frase de profunda significación y múltiples lecturas que intercambiamos con frecuencia mi querida hermana, Pedro Izquierdo y esta redactora:

Pito, pito, pito.

Ahí se las regalo para cuando no les quede otra cosa por decir.




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martes, marzo 09, 2010

Pasión y Clase


La primera vez que vi a Gareth Wigan, fue con galletas en la mano. Me encantaría poder decir aquí que fue amor a primera vista, pero sería mentira. Yo estaba demasiado impresionada, él demasiado poco.

Era Enero de 2005. Yo pensaba que iba a filmar Efectos Secundarios en Mayo, y acababa de terminar de escribir el segundo draft del guión. No tenía cabeza para nada que no fuera Efectos, y mucho menos para Niñas Mal, que era una cosa que había escrito por disciplina y para hacer algo de dinero, y que sería dificil que me interesara menos, la verdad de las cosas.

Pero chamba es chamba, y la gente de Columbia tenía notas sobre el guión, y querían dármelas en Los Angeles. Así que me subí a un avión. Yo lo único que quería era tomar las notas que se les diera la gana de darme -en una primera revisión no estaba en lo absoluto de acuerdo con ellas, pero lo importante era cumplir, entregar, y poder regresar a Efectos- y volver en friega para seguir empujando la producción acá.

Ni filmé Efectos en Mayo, ni el viaje fue cosa de nada. La vida tiene una manera tan curiosa de pintarte güevos cada vez que crees que sabes a dónde vas...

A mi Hollywood me la pelaba, según yo. Entré muy nalga al estudio, y primero que nada le fui bajando la espuma a mi malteada, según me fui encontrando los oscares en el lobby:
Sucedió una Noche, Gandhi... era el mismo estudio que antes había sido la Metro-Goldwyn-Mayer, donde se habían filmado Lawrence de Arabia y Lo que el Viento se Llevó.

Luego conocí a Gareth, que era todo lo opuesto de lo que jamás esperé de un ejecutivo de estudio.

Gareth era inglés. Graduado de Oxford. El perfecto
gentleman de 1.85, ojos azules y notables orejas. Yo no tenía idea de con quién estaba tratando, cosa que fue bendición, porque si lo hubiera sabido, no hubiera podido ni abrir la boca. En mi feliz ignorancia discutí, defendí, me peleé... terminé por oír. Por tomar nota. Este hombre, con todas sus venerables canas y sus galletas escocesas de mantequilla, había marcado página por página mi guión, y estaba listo y preparado para discutir si Maca Ribera fumaba o no fumaba, si Adela era violinista o actriz y si al final de la película se tomaba un avión o la niña se quedaba en México.

Gareth se preocupaba. Subrayaba. Ponía post-its en el guión. Argumentaba con paciencia y elegancia infinitas. Escuchaba. En su tremenda oficina de Vice Presidente del estudio, a la mitad de hacer películas de muchos millones de dolares en China, en Rusia, en Alemania, se interesaba por Adela y por Maca, que a mi me importaban tan poco. Me hizo sentir mal. Me hizo reescribir pensando. Cuidando.

Trabajamos tres días. Al final, cuando nos despedimos, me acerqué y lo abracé, muy Mexicanota yo. El inglés no supo abrazarme. No le salió del alma. Ni pex, me dije yo. Me regresé a México muy impresionada. Escribí mi segundo draft. Lo entregué. Todos fueron felices, encontraron a un director, yo filmé Efectos, ellos filmaron Niñas, yo la aborrecí, me imagino que Gareth también, aunque siempre fue demasiado caballero como para decirlo.

Por esos días entregué el primer draft de Casi Divas, que en aquel entonces se llamaba Guadalupana Superestrella.

Y Gareth me escribió uno de los mails más increíbles que he recibido nunca. Lo imprimí, y lo puse en mi estudio. Terminaba diciendo:


...We will meet and talk and there will be things to discuss -- there always are -- but this is fine, superior, classy work.

I am so grateful because I can feel that you put your heart into it. Now we will put our hearts in too.


Y lo cumplió. Lo cumplimos los dos. Los dos nos enamoramos de la película. Y la siguiente vez que nos vimos, Gareth se levantó y me abrazó y fue un abrazo tan distinto al de Niñas Mal... tan distinto como Casi Divas fue de esa película. Y en ese instante nos hicimos amigos.


Fui averiguando poco a poco quién era Gareth Wigan. Gareth produjo Star Wars (La buena!), All That Jazz, Chariots of Fire, Alien, Dracula, Blade Runner, The Age of Innocence, The Remains of the Day, Crouching Tiger, Hidden Dragon... y muchísimas más. Gareth fue el primero en un estudio en pensar en producir películas en otros países y en otros idiomas. Y lo increíble es que habiendo trabajado en esas películas y con esos directores, se preocupara tanto por lo que yo hacía. Cuando vio el primer corte de Divas, los ojos se le llenaron de lágrimas. Y a mí también.


Gareth me enseñó a oír a Bach. Me hizo comer muchísimas galletas. Me contó que Peter O'toole podía desaparecer a la mitad de una escena de teatro. Que Peter Sellers era insufrible. Me llevó a ver películas a La Academia. Me regaló una caja de novelas de detectives en Miami. Llevó una caja de champaña al estudio de Hans Zimmer, cuando hacíamos la música de Divas. Me regaló, de hecho, el que Hans supiera de la película y se decidiera a componer el score. Fue el que me dijo que era hora de venir a Los Angeles, para que muchísima más gente pudiera ver las películas que hago. (si fueras pintora, en 1920, estarías en Paris --me dijo-- querida, Hollywood es el París de lo que tú pintas. Y entiéndelo, los artistas son, por naturaleza, nómadas y peregrinos...) Me presentó a mis agentes. Me consiguió un abogado. Cuidó de que mis proyectos aquí estuvieran arrancados... y una vez que todo estuvo listo, el 13 de Febrero, Gareth Wigan murió.


Tantísima gente tan importante reaccionó ante la muerte de Gareth, que queda poco por decir. Además, las palabras que se repitieron tantísimas veces, son las mismas que yo usaría: Elegancia. Generosidad. Diplomacia. Gentleman. Pero uno de ellos lo dijo, creo, mejor que nadie, con una frase que no tiene traducción al español: Gareth era un class act.


Imposible enojarse mucho tiempo con un caballero como Wigan. A la distancia de algunas semanas no queda sino extrañarlo muchísimo... asumir que sin él, las cosas en este París de lo que yo pinto serán mucho menos elegantes, y bastante más solitarias. Pero siempre queda hacer esta siguiente película, por la que Gareth trabajó tanto, en su memoria.


Y acordarse de tantas cosas increíbles que se le aprendieron. Quizá una de las más bellas, quizá la que mejor definía a Gareth, es esta frase que le escuché más de una vez:


Never apologize for passion.



PS:


Este link es sobre Gareth. Habla de muchas de las cosas que hizo. Me emociona hasta las lágrimas leer que el último título en la lista de las películas más importantes en las que participó, es Casi Divas...


Gareth y yo en el set de Casi Divas.

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