Sin Ceros

¿Cómo pudimos perder, si éramos tan sinceros? Charlie Brown, 1963. Diario virtual ciertamente no diario y virtualmente incierto de Issa López, guionista y directora de Efectos Secundarios, Casi Divas y otras curiosidades, quien usa este espacio para no hacer el trabajo que debería de estar haciendo.

martes, julio 08, 2008

Pasantes


Es curioso, que las cosas que de verdad necesitamos saber en la vida, nunca nos las enseñó nadie. La próxima vez que me toque estar sentada en el velorio de alguien querido, quisiera tanto que me ayudara saber hacer quebrados. O ecuaciones de segundo grado. O la última vez que no supe decir cuánto quería a alguien, y lo único que encontré en los archivos de mi cráneo fue el año de la Égira. Cuando dejas pasar una oportunidad que jamás vas a volver a tener... y lo que sí te queda son un montón papeles que demuestran tus espléndidas calificaciones en literatura, y que sabes quiénes eran Gargantúa y Pantagruel. Tantos años en la escuela. Tantos choros de tus padres. Tantos y tantos libros leídos. Pero nadie que te dijera cómo dar un beso. Aparte, desde luego, del pobre diablo que tuvo que aprender contigo, que por supuesto, era un chingón. Para el cálculo.

Y llegas a esta edad, la que sea, y no tienes herramientas. Todas estas cosas importantísimas, vitales, que tienes que hacer... y no tienes ni puta idea ni de por dónde agarrarlas. Ni de cómo se llaman. Ni de a qué órden natural pertenecen. Ni cuál es su valencia química. Y lo único que se te ocurre, es esperar ayuda. Que venga papá, mamá, Miss Teté, Sor Margarita, Dios, el Diablo. Y te diga qué carajos hacer. Pero sorpresa: papá y mamá tienen tan poca idea como tú. Y tienen mucho más miedo aún. Miss Teté se casó, tuvo Tetitos y desapareció para no volver. Sor Margarita se nos murió y está en proceso de beatificación. Y Dios y el Diablo siguen de luna de miel. Así que estás tú sola, con tus quebrados, tu Égira, tu papel que dice que terminaste la carrera con 9, y un ataque de pánico del tamaño del Imperio Español en 1527, que ese dato sí te lo sabes, y resulta que es putimonstruoso.

¿Y ahora? Ah, hay tantas opciones... yo he pasado del Tarot, a la meditación, a repetir mantras para dioses que no hablan Español, a leer señales en las rolas que salen en el shuffle de mi ipod, a preguntarle a mi perra, a la parálisis mirando el microondas largos minutos después de que terminó de calentar un café que se heló en mi espera de algo de luz. Y la única luz, es la del foco del refrigerador cuando te despiertas a las tres de la mañana muerto de sed y de miedo.

Y seguimos en la escuela, siempre. Madrazos 5, amores 4, culpa 3, errores 46. Y te vas a extraordinario, y repites, y repruebas... y sigues soñando con un título de licenciado en sobrevivencia apenas, con especialidad en yo pensé que esto a mí no me pasaba. Que ciertamente no vas a conseguir jamás, pobre pasante de por vida que más vale que se vaya asumiendo, de una vez por todas.

A final de cuentas, accionas sin respuesta. Besas sin saber besar. Aprendes a punta de mordidas y chocar de dientes. Lloras, en un velorio. Dices te quiero, porque no puedes decirlo de otra forma. Lo dices cien veces, mil, cien mil. Y en algún punto sucede, es cierto, y alguien lo entiende. Con algo de suerte. Tomas oportunidades, las pierdes, salen otras, no salen, malabareas, juegas con las cartas que te tocaron de esta baraja tan incompleta. Adivinas las reglas de un juego que desconoces. Apuestas cabrón. Pierdes duro. Juntas para tus fichas, y vuelves a apostar. Tan idiota, tan ignorante, tan perfectamente estúpido, con tus quebrados, tus dieces en literatura, tus títulos, tus libros, tus lágrimas, tus besos, tus muertos que esperan, pacientes, que aprendas a final de cuentas la lección que ellos aprendieron perdiendo la última apuesta. Que tienes que perder también tú, tranquilo, porque no te queda de otra. Y eso tampoco te lo enseñaron. En algún punto, a punta de perder, perdiste también el pánico. Espero. Espero de veras.



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