Fe de Ratas
Mi cumpleaños fue hace no mucho, y el volver a cumplir 28 por vez, no sé, número cuatro... (aclaro que no vengo cumpliendo 28 desde los 28. Primero pasé por otros números antes de volver al 28, que he decidido, me gusta seguir explorando) me llevó a tener algunas reflexiones sobre los errores de vida, muy en el espíritu de Efectos. No encontré nada irremediable, nada como haber sido cantante del bar de Sanborns, o tener fiesta de XV años, pero algunas cosas, en retrospectiva, si resultan lamentables. Lo que sigue es una lista de algunos de los errores que puedo compartir aquí.
1. No perder tanto tiempo leyendo. Sí, resulta útil para apantallar incautos precisamente en el bar de Sanborns, pero fuera de eso... el mundo estaba lleno de antros, galanes, sustancias ilegales... toda clase de nuevos errores qué cometer y qué lamentar en mi tercera década... y en cambio yo leí todo Sherlock Holmes treinta veces, y lo podía citar de memoria. Lo cual, desde luego, me convirtió en un hit en la escena social ochentera y noventera.
2. No tratar desesperadamente de inventarme un look que nadie, nadie, NADIE más trayera. Lo anterior llevó a horrores de diversas índoles, incluyendo mi uso indiscriminado de sombreros, mi creación del monja vietnamita Style, el Wyatt Earp Style, el tenis con medias y falda de vestir, el moño en el cuello con camafeo, el smoking setentero de mi papá Style, el chaleco de traje de hombre Style, el hippie-darkie-dorkie Style, el mayón con vestido hindú Style, el armazón de lentes sin cristal Style, el llorona Style, el huarache con calcetín Style y cualquier cantidad de crímenes contra la humanidad y la revista Vogue que imaginar se pueda.
3. No pensar que el amor verdadero llega a los 15. No decidir que cada pobre tipo que se cruzara en mi camino y tuviera el desatino de mirar en mi dirección, sería el ladrón de mi virginidad, el padre de mis hijos, el abuelo de mis nietos, la inspiración de todos mis textos y mi destino en la próxima encarnación. Ni que el amor verdadero llega a los 20. Ni a los 25. Ni a los 30. Básicamente aprender a no pensar en el amor verdadero. Para sorprenderse, cuando llegue, y no vivir en la eterna duda, y la eterna espera.
4. No desperdiciar la vida enamorada de estrellas pop, estrellas de cine, o personajes literarios -propios y ajenos, que es lo peor del caso- De nuevo, el mundo estaba lleno de posibles ligues verdaderos, que no tienen que distraerse de sus discos-películas-aventuras románticas para seguir, locamente enamorados, a una perdedora vestida de monja vietnamita con lentes sin cristal, que se la vive con la nariz dentro de una novela. Digamos que ni ningún miembro de A-Ha ni Harrison Ford ni el susodicho Mr. Holmes tiraban mi puerta a golpes para verme...
5. No vivir soñando en la vida que tendría algún día, y ocuparme más de la vida que tenía entonces. Para que al pasar los 30, pudiera disfrutar la vida que tuviera... en lugar de lamentar la vida que no tuve a los 15.
Y basta. O voy a quedarme en la eterna lamentación. Cuando de menos, si nada más, la vida de los 15 me deja reírme ahora, en la sospecha dolorosa de que a los 45 me reiré de mí ahora...
1. No perder tanto tiempo leyendo. Sí, resulta útil para apantallar incautos precisamente en el bar de Sanborns, pero fuera de eso... el mundo estaba lleno de antros, galanes, sustancias ilegales... toda clase de nuevos errores qué cometer y qué lamentar en mi tercera década... y en cambio yo leí todo Sherlock Holmes treinta veces, y lo podía citar de memoria. Lo cual, desde luego, me convirtió en un hit en la escena social ochentera y noventera.
2. No tratar desesperadamente de inventarme un look que nadie, nadie, NADIE más trayera. Lo anterior llevó a horrores de diversas índoles, incluyendo mi uso indiscriminado de sombreros, mi creación del monja vietnamita Style, el Wyatt Earp Style, el tenis con medias y falda de vestir, el moño en el cuello con camafeo, el smoking setentero de mi papá Style, el chaleco de traje de hombre Style, el hippie-darkie-dorkie Style, el mayón con vestido hindú Style, el armazón de lentes sin cristal Style, el llorona Style, el huarache con calcetín Style y cualquier cantidad de crímenes contra la humanidad y la revista Vogue que imaginar se pueda.
3. No pensar que el amor verdadero llega a los 15. No decidir que cada pobre tipo que se cruzara en mi camino y tuviera el desatino de mirar en mi dirección, sería el ladrón de mi virginidad, el padre de mis hijos, el abuelo de mis nietos, la inspiración de todos mis textos y mi destino en la próxima encarnación. Ni que el amor verdadero llega a los 20. Ni a los 25. Ni a los 30. Básicamente aprender a no pensar en el amor verdadero. Para sorprenderse, cuando llegue, y no vivir en la eterna duda, y la eterna espera.
4. No desperdiciar la vida enamorada de estrellas pop, estrellas de cine, o personajes literarios -propios y ajenos, que es lo peor del caso- De nuevo, el mundo estaba lleno de posibles ligues verdaderos, que no tienen que distraerse de sus discos-películas-aventuras románticas para seguir, locamente enamorados, a una perdedora vestida de monja vietnamita con lentes sin cristal, que se la vive con la nariz dentro de una novela. Digamos que ni ningún miembro de A-Ha ni Harrison Ford ni el susodicho Mr. Holmes tiraban mi puerta a golpes para verme...
5. No vivir soñando en la vida que tendría algún día, y ocuparme más de la vida que tenía entonces. Para que al pasar los 30, pudiera disfrutar la vida que tuviera... en lugar de lamentar la vida que no tuve a los 15.
Y basta. O voy a quedarme en la eterna lamentación. Cuando de menos, si nada más, la vida de los 15 me deja reírme ahora, en la sospecha dolorosa de que a los 45 me reiré de mí ahora...
Etiquetas: 15 años, A-ha, adolescencia, errores, Harrison Ford, mayones, Sherlock Holmes, smokings, Vogue