Sin Ceros

¿Cómo pudimos perder, si éramos tan sinceros? Charlie Brown, 1963. Diario virtual ciertamente no diario y virtualmente incierto de Issa López, guionista y directora de Efectos Secundarios, Casi Divas y otras curiosidades, quien usa este espacio para no hacer el trabajo que debería de estar haciendo.

jueves, noviembre 30, 2006

Sobre el músculo de la risa.


Celebrando mi investigación sobre el humor, (Lo explico más adelante) tenemos de invitadas algunas imágenes de lo estúpido, lo insospechado, y lo irreverente. Hoy, la orto-cabra.

Entrando en materia: ayer tuve la primera junta de casting de la nueva película, que, a falta de titulo definitivo, llamaremos... carajo, debe de ser uno de los títulos más difíciles de poner en toda mi carrera. Llamémosla Luminaria. Tuve también una junta de foto, una de producción... los motores empiezan a calentarse, y yo empiezo a ver la película. Empiezo a buscarla en todas partes; en lo que veo, en lo que leo, en lo que escucho. A final de cuenta el proceso de hacer cine, es seleccionar qué queda en cuadro, y qué no; qué porción del cuerpo del actor, qué parte de su espacio. Qué lineas de diálogo, qué notas de música. Dónde empieza la acción, y dónde termina.

Luminaria es completamente distinta a Efectos, y sin embargo, en el fondo, decantada hasta su última consecuencia, es similar: ¿De veras eso es lo que quieres ser? ¿De veras tienes que convertirte en alguien más? Pero en esta ocasión la pregunta se vuelve hasta geográfica. Mis personajes tienen que decidir si su lugar es donde tienen que estar.

Quizá la pregunta más interesante, en este momento, es el tono. Aunque no es una comedia, hay humor. Y aunque no es una tragedia, toca lugares muy delicados de esta aventura de ser Mexicano. Ya se verá.

En fin. Y mientras, como estoy estudiando más cuidadosamente el proceso de escribir humor (para el proyecto aquel por encargo que me costó tanto trabajo, y para lo que estoy haciendo con los actores de Efectos) voy a hacer uso de este espacio para realizar ciertos ejercicios al respecto. Y quien quiera unirse al esfuerzo, estaría poca madre que lo haga, en los comentarios.

I tres momentos cómicos de mi infancia:

1. 2o de primaria. Después de que me corrieran de una escuela activa, terminé en un colegio católico monísimo. De esos donde no podíamos poner calabazas en Halloween porque es un rito pagano. Y en alguna clase de catecismo, estudiando los 10 mandamientos, levanto la mano muy estudiosa yo, muy educada: ¿Miss? ¿Qué es fornicar? Y Miss Teté, la primera mujer en el mundo a la que vi con rayitos en el pelo, me contesta veloz: Es levantar falsos testimonios. Decir cosas que no son ciertas, acerca de otras personas. Y yo tomo nota, algo confundida, porque ya había otro mandamiento acerca de no mentir, pero decido al final que a este individuo -Dios- de verdad le deben de cagar los mentirosos. Probablemente también lo corrieran de algunas escuelas con calumnias. Corte a: durante los siguientes diez años de mi vida, cuando alguien me acusó de algo de lo que era inocente, procedí infaliblemente a gritar, indignada, que hiciera el favor de no fornicarme. Y, como dice Mark Twain, correré un velo para que mis amables lectores se ahorren las reacciones que semejante reclamación solía provocar, para mi constante sorpresa.

2. Cada uno tiene sus vicios. Desde chiquito. Mi hermana, por ejemplo, se comía los lentes de contacto de mi mamá. Como eran los setentas, y todas las casas estaban alfombradas con una cosa que parecía perro atropellado, nos pasábamos horas y horas espulgando el pelambre del suelo, en busca de los lentes "perdidos", hasta que mi carnala confesaba, harta, haberse desayunado las lentillas. Mi prima Mariloli, por su lado, se bebía los perfumes de mis tías, lo cual hablaba proféticamente de algunos hábitos que luego demostraría, pero dejaba entrever también su natural buen gusto: solo Chanel, porque Brut jamás. A mí me gustaba besar niños. En cuanto veía a un niño guapo tenía que besarlo. Y no eran besitos de corro, te doy un picorete en la mejilla y huyo, apenada. No. Era de pescarlos del pescuezo, y comerles la cara a besos hasta dejarlos babeados y mareados, o hasta que lloraran. O hasta que llegara alguna maestra a rescatarlos. Supongo que ahora medio contengo el reflejo... pero sigue ahí. Por eso, quizás fuera sabio que no me dejaran acercarme al primo Clive.

3. Mi mejor amiga en 1o de primaria se llamaba Yeta. En serio. Hasta la fecha, ignoro su nacionalidad, y es perfectamente comprensible porque no hablaba una palabra de español. Era una pequeña Walkiria, rubia, sonriente, de dos veces mi estatura, y tres punto cuatro mi ancho. Y creo que todo el año escolar completo tuvo un brazo enyesado. Lo espléndido de ser amiga de Yeta es que funcionaba como mi guardaespaldas. Como yo no era precisamente la niña más simpática, ni más bonita, ni más querida, si me metía en broncas, Yeta podía ponerle un yesazo a quien se necesitara. Si no me dejaban ser la princesa Leia, Yeta podía poner un yesazo para arreglar el casting. Si Daniel no quería besarme, si no me escogían para jugar a las trais, si alguien me fornicaba. Yeta y yo fuimos muy felices, incomunicadas pero sonrientes... hasta que Yeta se fue de la escuela para volver a su casa, que podía ser cualquier cosa desde Yugoslavia hasta las estepas Laponas. Y supongo que sólo a Mussolini le fue peor que a mí al acabar su tiranía. Al final del año tenía tantos enemigos, que me corrieron de la escuela -por mi propio bien- y acabé en la monísima escuela católica, todos los Jalogüins desterrados de mi infancia.

El siguiente ejercicio en la siguiente entrada...

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viernes, noviembre 24, 2006

Ecuaciones Basicas


El índice de Sex Appeal del observado es inversamente proporcional al I.Q. de quien observa.
O, como todos sabemos, mientras más bonito es lo bonito, más imbécil el imbécil.
Paso a explicar...

Primero que nada, y valiéndome madres si hay noticias de nueva película, hartos planes, avances con el trabajo con los actores de Efectos, mejoras en la salud, nuevo Presidente virtual en México, noticias del regreso del mesías, fin o principio de los tiempos o la cura para el cólico menstrual, me permito hacer un espacio en este espacio para manifestar mis más profundas albricias por un hecho sin precedentes y probablemente sin igual en mi futuro:

No, no estoy embarazada, carajo.
Mejor aún: En el avión de regreso de Los Angeles me vine con Clive Owen.

Me vine de regreso, para todos aquellos que tengas una mente ágil en exceso.

Oquei, él venía en primera y yo en turista. Pero aún así...

Vamos a aclarar algunos puntos: No, no soy del tipo de adolescente tardía que brincotea y grita por cualquier galancete hollywoodense cuya fama pasajera expire con la fecha de caducidad de un litro de leche abierto en semana santa. No. Pero Mr. Owen, desde aquella espléndida película Crupier, atrapó más de una fantasía romántica de mi parte. Fantasías acumulativas por filme suyo, donde siempre se nota algo cansado del mundo, algo más inteligente que el resto de los personajes, algo más desilusionado, y mucho, mucho más sexy. No sé, cosas de una. Fijaciones de la infancia, como todo. O a lo mejor debería de buscarme a los galanes a la salida del gimnasio, verdaderamente exhaustos.

No, no hablé con él. No, no me miró en ningún momento. No, tampoco en la premiere a la que arrastré a Arturo Barba y a la que hice a Gabriel Ripstein invitarme. No, ni siquiera cuando quise acercarme, muy casual yo, a decirle a Alfonso Cuarón que la película es -y realmente lo es- muy impresionante, que yo dirijo cine y no sé qué otra estupidez habría salido de mi boca, si no me hubieran parado los de seguridad. De veras, pasé por el oso de hasta aquí llegaste, chavita. A mi avanzada edad. Y neta que yo no iba a hablar con el primo Clive, porque sé que me hubiera visto reducida a bablbucear y hacer círculos en el suelo con la punta del zapato; iba a expresar mi respeto a un colega. Y mocos, que me batean. Me dio tal indignación que me fui con mi infatuación a atascarme de bocadillos y beber vino barato. No quedó de otra, Dios mío. Llegará realmente el día en que uno deje de pasar vergüenzas? En que el trabajo de una le valga pasar por todos los cordones de terciopelo? Probablemente no mientras a una le suden las manos cuando ve a un galán. Y de eso no tengo muchas esperanzas de curarme pronto, me temo...

En fin. Suficiente de mi vergüenza.

Hablaré de dos cosas importantes, positivas, y que podrían regresarme la autoestima si me concentro en ellas durante uno o dos años:

En mi viaje a Los Angeles prácticamente se cerró el trato para la siguiente película. Viene un proceso burocrático, -espero que sea sólo burocrático- para que me den luz verde, y pueda empezar oficialmente, aunque ya me dieron el visto bueno para empezar a buscar algunos de mis personajes más complejos, ver algunas locaciones, y hacer el presupuesto. La idea es empezar el trabajo fuerte con el 2007. La cosa suena bien, y podré decir más cuando la luz verde esté escrita en un papel, y no sea nada más platicada.

Y en el trabajo con los actores de Efectos ya decidimos quién va a actuar a quién. Arturo va a ser Dante, y Pedro va a ser Matías. Marina va a ser Eva, pero eso ya lo sabíamos. Y Alejandra va a ser la ex de Matías. Ahora tenemos que encontrar al actor que va a ser Fernando. Son tres primos hombres, y el juego era, al final, si Pedro iba a ser Fernando o Matías, pero lo hemos decidido ya... y no queda sino la elección de Fernando, que será mucho más delicada que otras elecciones de reparto, porque quien quiera que quede, va a tener que reunirse con nosotros todos los martes, durante mucho tiempo, y terminará por convertirse, idealmente, en uno más de esta familia apócrifa que nos hemos fabricado los sobrevivientes de Efectos.

Por el momento, tenemos a dos candidatos en mente.

Más noticias pronto...

Ah! Y hoy estrena teatro Marina de Tavira en el Xavier Villaurrutia, en el Centro Cultural del Bosque (atrás del auditorio nacional). Una adaptación de Patrick Marber (Closer) sobre La Señorita Julia, que se llama Después de usted, Señorita Julia. Si pueden, vayan!

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viernes, noviembre 10, 2006

Nyquil, por favor...

El largo silencio se debe, entre otras cosas, a que llevo varios días en pijama y hundida en la miseria de una gripe terrible. De esas que no puedes pensar porque tienes el cerebro como empacado en una caja llena de algodón. De esas que todas tus reacciones llegan como 4 segundos demasiado tarde. Que te la pasas secándote las lágrimas. Que la única manera de dormir es dopada con litros y litros de Nyquil, que tienes que traer cada vez que vas a Estados Unidos porque en México ya ni lo venden. Seguro que lo usaban para volar aviones. En pedazos, digo, no para pilotearlos, porque hubieran acabado estrellándose y... bueno el resultado sería el mismo. Y como consecuencia del consumo de estupefacientes para dormir, tus sueños se ponen bieeeen looooocoooos...
Volviendo: Uno de esos catarros donde bajar a la cocina y volver a subir se acaba toda la energía que tenías, y cuando te acuerdas de que lo que traías se quedó abajo, mejor lo piensas, y decides que en realidad, no tenías tanta hambre para empezar. De esos que lo único que puedes hacer es ver la tele y jugar play station, con horrendos resultados porque en tu estado no eres, digamos, el mejor saltando navajas asesinas.
Uno de esos donde escribir una escena, consume toda tu creatividad cuando terminas de escribir el nombre del personaje que va a hablar.
Uno de esos catarros, pues, que les deseo a todos los imbéciles que se acabaron Efectos Secundarios. Multiplicado por tres, y con duración semestral. Ah, las cosas que se lograrían si de verdad funcionara la brujería...
Pero en fin. Hasta que mi coherencia y mi agilidad mental vuelvan a los nieveles acostumbrados -dígase el mínimo aceptable en un adulto que pasó de 3o de primaria- y vuelva a este espacio para narrar algo más digno de atención que los síntomas de mi mal, quedo servidora.

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